domingo, 24 de julio de 2011

TRAS LA HUELLA DEL LIBERTADOR




24 DE JULIO DE 1783
228 AÑOS DEL NACIMIENTO DE SIMON BOLIVAR
EL LIBERTADOIR DE LAS AMERICAS
Aquiles Silva

Como un homenaje a Nuestro Libertador en sus 228 años, de haber llegado  a este mundo, donde brilló como la única luz de Libertad, voy a transcribir algunos párrafos del artículo “La Primera Nodriza del Libertador” de Don Arístides Rojas, en su obra “Crónicas de Caracas”; así mismo algunas palabras de amor maternal que les brindo Bolívar a sus dos negras queridas: Matea e Hipólita. Sus madres que lo amamantaros y le brindaron sus primeros amores de madres.
Se refería Don Arístides Rojas a la señora Inés Mancebo de Miyares, esposa de don Fernández de Miyares, noble familia cubana residenciada en Caracas.
La familia Miyares vivía cerca de la casa del Coronel Don Juan Vicente de Bolívar, casado con la señora Concepción Sojo Palacios (sic). “Amigas íntimas, hablan de verse diariamente, pues entre ellas existían atracciones que sostenían el cariño y la más fina cortesía. Doña Inés criaba uno de sus hijos, cuando doña Concepción en víspera de tener su cuarto pidió a su amiga que la acompañara y le hiciera las entrañas al párvulo que viniera al mundo.”
“Hacer las entrañas a alguno” es frase familiar antigua que equivale a nutrir a un recién nacido, cuando la madre se encuentra imposibilitada de hacerlo.”
Al nacer el niño de Doña Concepción, en aquel 24 de julio de 1783, apenas vio la luz, cuando Inés lo llevó a su seno y comenzó a amamantarle- sirviéndole de nodriza por muchos meses, hasta que por motivos políticos, el esposo de Doña Inés, es enviado a desempeñar otras funciones, fuera de Caracas, mudando su familia;  el recién nacido tuvo que ser entregado a la joven esclava Hipólita.”
Referencias de la historia, nos dicen  que era práctica natura, en aquellos tiempos que todas aquellas esclavas “que daban a luz”, de inmediato sus amos le quitaban a sus hijos, y se los llevaban para un hibernarlo, para  que alejados ambos, perdieran el amor de madre, ya que a la hora de “venderlos” o negociarlos, ellas, sus madres y ellos, sus hijos no sentirían afecto maternal alguno,  porque no se conocían, ni había existido contacto filial con ellos. Por este motivo, en vista de que no existía otra persona que amamantara al niño la Negra Hipólita es llevada desde San Mateo a la Capital, a prestar sus senos alimentarios para el futuro Libertador.
No será, que además de darle vida humana, al niño recién llegado, Hipólita  también le suministró aquel amor hacia la libertad, hacia la independencia de los pueblos, y aquel ímpetu de dar libertad a todos los habitantes de su patria, y los de toda América. Que casualidad, en Bolívar, es quien en 1816, decreta por primera vez  la Libertad de los Esclavos.
 “Dice el historiador Reinaldo José Bolívar, en su obra “Simón Bolívar: hijo de Hipólita, pupilo de Matea”, que “El 2 de junio de 1816, apenas llegado a las costa venezolanas, Bolívar decreta la libertad de los esclavizados y de sus familiares. Estos hombres y mujeres libres se incorporarían a la guerra por la Independencia…Pág. 47” (101) 
Y de Matea Bolívar, mayor en unos dos o tres años con Simón, era “quien lo tomaba de la mano para correr por los campos de San Mateo, para trepar en los árboles, bañarse en el río. De seguro cantaba en voz alta mientras Simón le pedía que repitiera hasta aprender la canción. Tengan por cierto que el curioso Simoncito algunas veces interrogaba a su amiguita Matea, ya que ella era una niña, sobre el origen de su familia y del resto de las personas de piel oscura que estaban allí. Sin duda alguna la niña Matea, le recitaba de memoria lo que escuchaba de sus mayores. Porque una de las cosas que hicieron los africanos y que trasmitieron a sus descendientes fue la tradición oral…es fácil imaginar a la niña afro con el niño criollo inventando juegos, bailando, cantando, identificando los pajaritos, las frutas…” (101)

En 1821, Bolívar llegaba lleno de glorias  en Caracas, después de la Batalla de Carabobo. Ocho años hacía que el Libertador no la veía, y entre sus necesidades morales figuraba la de hacerle una visita a doña Inés de Miyares. Allí fue a visitarla.
-Simón! ¡Eres tú!... exclamó aquella señora al  ver a Bolívar en  la puerta interior del zaguán.
-Madre querida, vengan esos brazos donde tantas veces dormí – Exclamó el Libertador.
Y aquellas dos almas en estrecho abrazo, permanecieron junto por largo rato.
-Siéntate- dijo Inés enternecida- ¡Cuán quemado te encuentro!
-Este es el resultado de la vida de los campamentos y de la lucha contra la naturaleza y los hombres- contestó Bolívar.
-Y ¿qué te importa- replicó Inés- si tú has sabido sacar partido de todo?
-Sí, parece que la gloria quiere sonreírme., le dijo Bolívar. (29)
En cuanto a Matea e Hipólita, podemos decir que Bolívar siempre recordaba a Hipólita. En carta enviada a su hermana María Antonia, desde el Cuzco, el 16 de Julio de 1825, le dice: “Te mando una carta de mi madre Hipólita, para que le des todo lo que ella quiera; para que hagas por ella como si fuera tu madre, su leche ha alimentado mi vida y no he conocido otro padre que ella.”
Hipólita era ágil y montaba bien a caballo. Quería entrañablemente a su amo y estuvo con él en las batallas que se libraron en San Mateo. Cuando Bolívar entra a Caracas el 10 de Enero de 1827 tuvo la oportunidad de reconocer a Hipólita entre la multitud, abandonó su puesto y se arrojó sobre los brazos de la negra, que lloraba con placer.
La Negra Matea, había nacido en San José de Tiznados, Estado Guárico, desde muy joven fue llevada al Hato El Totumo, en San Mateo, propiedad de los Bolívar. Ella estaba encargada de  los quehaceres de la hacienda. Ella fue la aya de Simoncito. Se encargó de su crianza y educación. Jugaba con él, corría y bailaba y lo bañaba en el río de la hacienda. (08)

Estas tres mujeres, le brindaron al Libertador, aquella fuerza, voluntad y amor al prójimo, para que en el tiempo, por venir, los empleara en las grandes gestas libertadoras de las Américas.

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