24
junio
Aquiles R. Silva P.
24
junio
24 de Junio
de 1821:
BATALLA
DE CARABOBO:
“CARABOBO…UNA
CONCEPCION ESTRATEGICA DONDE
CONVERGIERON LAS TROPAS PARA CORTAR Y ENVOLVER AL ENEMIGO MEDIANTE UNA
TÁCTICA SUBLIME APLICADA EN EL PROPIO CAMPO DE BATALLA….” (126)
“Los
hombres del ínclito pretérito han dejado
huella imprescriptibles en rutas propicias para que la Patria pueda levantar el
vuelo…Es deseo de la
Presidencia de la República Bolivariana
que el calor de las páginas históricas de nuestros patriotas inspiren a nuestra
juventud el coraje que fortalezca su fe en el amor y la sabiduría, latentes en
el fondo de nuestros acontecimientos históricos” (126)
A Carabobo
llegó un camino lleno de deseos libertarios, y en él se conjugaron tres
siglos…de horrendas pesadillas que arroparon a nuestra PATRIA y al continente
americano.
La batalla
de Carabobo, como dice Arturo Uslar
Pietri “no comenzó con el primer
disparo de ese día, sino once años antes con el fino y corto resonar de la
campanilla del Cabildo de Caracas un 19 de Abril. Ese día, los hombres que
podían ejercer con mejor y más inobjetable titulo la representación de
Venezuela, la separación para siempre del imperio español y de toda la
independencia política extranjera…”
Hubo de
venir diez años de guerra hasta el día de Carabobo. Una década de sufrimiento,
de sacrificios, de lucha sin tregua, de duro martillar de la historia sobre el
metal de la nacionalidad. En esos largos años de creadora agonía toda la tierra
resonó del eco de la lucha y de todos los que se pudieron llamar venezolanos
tuvieron que tomar parte de ella... Se combatió sin descanso desde la Punta de Guiria hasta el río
Táchira, desde las costas de Coro hasta la ribera del Carona, desde los páramos
andinos hasta las llanuras de Apure. Ya los representantes no fueron sólo los
señores de casaca que vio el pintor Juan Lovera en la Capilla de Santa Rosa,
sino los peones, los esclavos, los zambos, el, el señor de la hacienda y casa
de teja y “el pobre en su choza”…Esos diez años de combates y marchas son como
un reconocimiento del territorio y del ser nacional. En las noches de los
campamentos Venezuela empezaba a conocerse así misma. Los jinetes de Apure oían
el tambor de los negros de Curie pe, polos, gaitas, corridos, galerones,
joropos hacían viva la geografía y su gente. Los modos de hablar y los acentos
enseñaban tanto de la diversidad de un lado y que pertenecían a una causa.
Fue una
larga y dura escuela de venezolanidad. Desde los combates de Valencia y Coro,
desde el Marqués del Toro hasta Monteverde. Y luego el largo trecho de la
guerra a muerte y de Boves. Y más tarde Angostura, la campaña de los Llanos y
aquella lección de climas y de heroísmo que fue Boyacá. Y la presencia de
aquellos hombres que los mandaban: Ribas, Mariño, Monagas, Arismendi, el catire
Páez con su cuello de toro y su ojos de caimán; Anzoátegui, que parecía un
maestro de escuela, y Urdaneta que entraba a los combates como a una
solemnidad. Y sobre todos ellos, el
hombrecito aquel, el caraqueño flaco y bigotudo, de laga cabellera, el “tío por
supuesto”, con su voz gritona i su impaciencia sin tregua, que
ya no era para ello ni el General, ni Bolívar, sino el Libertador, una leyenda
viviente más que un hombre…” (126)
Un “Ídolo” de carne y hueso, tan igual a
ellos, y los demás que con su mando, con
su voz militar, con su pensamiento de
estadista, y con su corazón de amor al pueblo fue dejando a través del camino
de su vida, la verdadera huella de la libertad, de la democracia social, y el
hacer de aquel pueblo guerrero, un una
masa popular con el avance concienzudo hacia los siglos por venir…
Ahí está
él, en la hermosa sabana de Taguanes, en
día 23, pasando revista a sus soldados. Ahí está Bolívar, y como dice Eduardo
Blanco, en su “Venezuela Heroica”:
“1813
sirvió allí eficazmente a 1821. La historia es un libro prodigioso; un arsenal
inagotable donde todo se encuentra; armas para el combate, escudos para la
defensa; ella ejercerá sobre el presente la formidable cocción de todos los
prestigios del pasado. Evocar un recuerdo oportuno de ese inmenso cerebro de la
humanidad, es producir una luz que irradia claridades, una chispa de fuego que
aplicada a nuestra pasiones, la inflama y produce el incendio. Bolívar en las
llanuras de Taguanes, abrió aquel libro y mostró a sus soldados las páginas en
que se consignaban nuestras glorias y nuestros infortunios; la chispa del entusiasmo se produjo, brilló en todos los
ojos, incendió todos los corazones, y el feliz augurio de una victoria en
perspectiva, pronosticó por todos estimado infalible, fue la mayor de las ventajas que sobre sus
contrarios pudo llevar a la batalla. Bolívar hizo de pié en los “Taguanes” para
escalar a “Carabobo”; una victoria servía a la otra de escabel.
Aquella
gran revista la víspera de la feliz jornada, era como el desperezarse el león para cobrar sus fuerzas y estar
dispuesto a acometer… “(127)
En esta
fecha, en horas de la mañana, Bolívar se encuentra a un lado de la sabana de
Carabobo. En el sitio de Buena Vista,
aquel hombre con un futuro cierto,
refleja en su rostro la sonrisa del triunfo. Sube al techo de un humilde
rancho campesino y mira a la distancia la sabana abierta y al ejército español
comandado por el General Miguel La
Torre en orden de combate. Desde lejos, 5.000 hombres
seleccionados y dispuestos en una posición escogida, parecen soldados de
juguetes. Los batallones en cuadro con sus banderas desplegadas, los
escuadrones de la caballería y de la artillería, formaban islas oscuras y
compactas sobre el suelo claro de la sabana.
Bolívar,
como un buen estratega de guerra, comprende que La Torre ha preparado todo para
esperar por él por el viejo camino real, que es la única salida abierta de
acceso hacia aquellas posiciones y nota con sorpresa que el enemigo ha
descuidado cubrir el flanco derecho, acaso porque lo cree suficientemente
protegido por lo accidentado del terreno y la falta de
vías.
Es por
allí, por donde el Libertador decide entrar. Ordena a Páez, con su división, tomar la cuesta empinada de
los montes, para flanquear más rápido al
ejército español, y así sorprenderlo por la espalda, mientras el General Plaza,
con su división, amenaza por el frente. Esta es la única maniobra que le da el triunfo de Carabobo. Lo
demás es un largo y tenso día de combate. Todo aquello es asombroso: Los
batallones que se destrozan entre sí, y quedan ocultos debajo del humo de los disparos;
los caballos sin jinetes que huyen
despavoridos por los gamelotes, el resonar bronco del galope de los
pelotones de caballería sobre el suelo reseco, y el gritar y aullar de la furia
desatada en infinitos choques.
La tarde se
va acercando y el día torna a desaparecer. El ejército de La Torre esta revuelto y en
desorden. El ejército español inicia el repliegue y la retirada. Los Generales
Plaza y Cedeño caen mortalmente heridos, sus hombres desesperados desbaratan
los cuadros de los últimos batallones. Un soldado español sostiene la cabeza
del General Plaza agonizante hasta la llegada de Bolívar que lo ve morir. Páez,
sacudido por convulsiones, su enfermedad de siempre, cae de su caballo y como
pudo regresa hacia la cuesta donde Bolívar está dirigiendo el combate.
Páez que ha sobrevivido las duras cargas
y el ascenso a la empinada cuesta, ha visto caer a su lado centenares de
hombres, ha visto como el Batallón Británico disparando de rodilla en tierra,
ha ido ganando terreno. Tienes apenas 30 años y el desgarrado uniforme lo deja
asomar el ancho pecho de luchador. Toma con fuerza a su caballo resoplante y
cubierto de espuma. El Libertador en nombre de la República, que ha
terminado de nacer, lo hace General en Jefe. Lo que queda es la retirada estoica
del batallón Valencey. Un grupo de soldados españoles que se niegan a rendirse
y que, en cuadro combatiendo por varias horas, decide retirarse bajo la
pertinaz lluvia que comienza a caer.
Por la
noche lo quedaba de las fuerzas española había tomado el camino hacia Puerto
Cabello, y Bolívar entraba a Valencia.
En aquella
sabana de Carabobo, quedó el silencio de la noche…y entre el correr de las
aguas lluviosas, se veía a cada instante el hilo rojo de las sangres de hombres
que lucharon, cada quien por su causa. Pero, más allá estaban como estrellas
brillantes, los cuerpos de Heras,
Cedeño, Plaza y el Negro Primero,
y apenas un grupo de 200 soldados entre muertos y heridos…” (06)